27 dic 2010

"Art nouveau" en Buenos Aires


(De León Benarós)

¿Cuál es el eco que pudieron encontrar en Buenos Aires los dibujos del inglés Aubrey Beardsley, los bellos afiches de Mucha, los vidrios firmados de Gallé o Tiffany, humillados estos últimos hasta el grado de convertirlos en pie de lámparas? ¿Qué ejemplo halló en nuestra ciudad la entrada de hierro forjado de las estaciones del subterráneo o Metro de París?
El art nouveau –que también fue denominado Liberty – reinó aproximadamente desde 1890 hasta 1900, o pocos años después. Se multiplicó entonces la decoración floral. Reinaron en las estampas los grandes lirios y las hojas coronaron el perfil casi prerrafaelista de las sensitivas mujeres. Los muebles, el vitraux, los afiches, las tapas de los viejos almanaques, hasta las postales, fueron invadidos por el estilo. Ni la tipografía se libró de la nueva moda. Al sobrio y elegante Bodoni de los tipos, el redondeado Garamond de algunas letras, sucedió el imaginativo letrista que en todo ponía su nota floral.
Alfons Mucha, el admirable artista checo, se radicó en París y realizó, entre otros afiches memorables, el relativo a Sarah Bernhardt, la estupenda e irrepetible actriz francesa.
En Buenos Aires, el eco del art nuveau no fue escaso. Se reflejó en algunas tapas del antiguo almanaque Peuser. Ciertos edificios recogieron el guante. Recordamos una extraña casa de la calle Rivadavia, no lejos del Congreso. Una especie de gigantesco mascarón derramaba desde las alturas sus guedejas, decorando con declarado art nouveau todo el frente. La lujosa puerta de hierro de la casa completaba la interesante imagen.
Pero quizá lo más representativo del art nouveau en Buenos Aires sea la bóveda de la infortunada Rufina Cambaceres, en el cementerio de la Recoleta. La creencia popular insiste en que fue enterrada viva, aparentemente muerta a causa de un ataque de catalepsia. El caso no tiene justificada comprobación. La bóveda es de un conmovedor y a la vez inquietante lirismo. Una especie de gran lirio marmóreo, de perdurable blancura, envuelve la construcción. La imagen de una mujer de pie, en actitud de entreabrir la puerta de la bóveda, como alusión a quien pudo, quizás, alentar con vida antes de ser llevada a la mansión póstuma, otorga a la bóveda una extraña y estremecedora belleza.
Destacable es también la torre del edificio de la esquina oeste de las calles Talcahuano y Tucumán, en Buenos Aires. La construcción nueva la ha respetado y recuperado, allí donde funcionó el viejo bar “Tokio”, de memoria tribunalicia. Los grises y azulados realzan el diseño floral, que se extiende a los costados del edificio.
No son, por supuesto, los únicos ejemplares de art nouveau en la edificación de Buenos Aires. Pero, por no demasiado advertida, vale la pena señalar la puerta de hierro de la calle Libertad Nº 773, vecina a la lujosa sinagoga, con su bello diseño y el relieve de sus adornos florales.
Hasta el gran Henri de Toulouse-Lautrec se vio conmovido e influido por el art nouveau, que le inspiró estupendos carteles. Y entre nosotros, más de una tapa  de tango recogió la influencia floral, especialmente en las guardas decorativas, o llanamente en los diseños. Tal, por ejemplo, la tapa de la edición del tango ¡Te la di chanta! de Ángel G. Villoldo, digna de haber sido dibujada por el memorable pintor de las escenas cabareteras del “Moulin Rouge”.
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Imagen: Bóveda de Rufina Cambaceres en el cementerio de la Recoleta. (Foto de Daniel Pessah).