1 feb 2011

Blues de la Costanera Sur

(De Mario Sabugo)

La Costanera Sur –ese melancólico parque, a la vez cercano y lejano del centro– ha quedado “desorientada”, sin el “Oriente”, es decir el Nacimiento del Sol. Con los antecedentes nefastos de la Ciudad Deportiva y algunos tramos de la Costanera Norte, el procedimiento del relleno aquí ha sido completo, obturando definitivamente el horizonte. Relleno muy facilitado en la época de la Tierra Dulce,  proveniente de las ansiosas excavaciones en el centro cuando era necesario adelantarse a la vigencia del nuevo Código urbano.
La “desorientación” de la Costanera Sur no ha consistido simplemente en una “intervención” más o menos desacertada, sino en una operación estrictamente paisajística. Algo muy distinto a la disposición de objetos sobre un fondo, ya que el mismo fondo ha sido eliminado. A los que llevamos algunos años a cuestas nos resulta preferible mirar a otro lado y añorar aquella Costanera apta para jugar a la pelota –y de paso– observar la entrada y salida de los barcos, haciendo las meditaciones y fantasías pertinentes.
Hablando de pelota, resulta que últimamente encima han “parquizado” los rectángulos centrales de césped para impedir el juego, propósito típico de los guardianes de plaza y similares, que libran desde siempre una guerrilla sórdida y cruel contra los pibes (y, por extensión, contra el futuro del fútbol argentino). Y no me vengan con planteos raros, porque a la pelota se juega en todas partes, y se ven grandes picados tanto en las Tullerías parisinas como a la vuelta del Palacio de Oriente (¿viste qué casualidad?) en Madrid.
Después, a la hora de los Mundiales, vienen las lamentaciones.
De cualquier modo, todavía la gente se las arregla gambeteando arbustos o tendiendo redes “levadizas” en la calle, para practicar el tenis-paleta, intransferible síntesis de la tradición vasca y los prestigios del Grand Slam.
Perdido-por-perdido el horizonte, a los edificios, monumentos y lugares tampoco les va mucho mejor: salvo el acertado traslado de las pistas de aprendizaje de manejo que estaban hacia Brasil, la Costanera Sur exhibe un verdadero compendio de desidia urbana. Se rellenó la plaza floral rehundida frente a “Lola Mora”; el Colegio Nacional de Buenos Aires (que dispone de bastante espacio, por Cangallo) tiró su pintoresca casilla de vestuarios para levantar un sucedáneo completamente insípido (eso sí, “moderno”); muchos antiguos boliches y cervecerías avanzan rápidamente hacia la ruina, lo mismo que los bloques de ladrillo estilo Liverpool del cercano Puerto Madero. Apenas hay que exceptuar el notable Munich de Kalnay (entre Belgrano y Cangallo), reciclado como Museo de las Telecomunicaciones (1).
Pero la solitaria preservación del Munich tampoco satisface demasiado: en parte por su forma, que –por ejemplo– en el interior no exhibe casi nada del antiguo esplendor, ahogado bajo un alud de fórmica, tubos fluorescentes y cielos rasos “acústico”; y , principalmente, porque no viene a cuento el sitio, mucho más indicado para llegar en una noche templada (En un Plymouth 39), tomar cerveza en la terraza, con el fresco del río y algunos violines. El museo (con todo respeto) podría estar, sin problemas, en cualquier otra parte: al Munich le sucede lo que a otras “conservaciones” que –dejando de lado la lógica del lugar– mantienen la cáscara del edificio para una función arbitraria, perdiendo así mucho de su encanto. Incluso, en el fondo del terreno se encuentran varios colosos metálicos –rodeados por inoportunos paneles de acrílico y hormigón– que fueron a dar con sus huesos allí luego de ser extirpados al espigón del Balneario Municipal, otro maltratado de la Costanera. Y del Balneario (que ahora está “en dique seco”, por el relleno) es casi mejor no hablar, porque se entra en otra historia, no menos atroz, que es la de la contaminación del río y la veda de los baños.
En fin, otros elementos valiosos hasta ahora se la vienen salvando: la “Lola Mora”, el monumento del Plus Ultra (otra leyenda del lugar), pabellones diversos y Luis Viale con su salvavidas, claro que atrapado por el cierre de los accesos al río.
La amenaza final (más o menos profetizada por Le Corbusier y otros “reguladores”) viene de la mano del proyecto de la nueva “Área Central” que ocuparía (salvo nueva orden) los terrenos “ganados” al río. Decisión apropiada para los polders de los holandeses, señores muy escasos de espacio y que están en constante pelea con el Mar del Norte, y completamente paradójica en un territorio como el nuestro, que tira más bien a despoblado, y en una ciudad como la nuestra, que es poco densa en conjunto y demasiado densa precisamente allí, en el centro. Por otra parte, pese al hermetismo egipcio en que funcionarios y profesionales han gestado este proyecto, han trascendido algunos de sus “tics”, como las supermanzanas o la alineación con el eje de la Avenida de Mayo.
En esta nueva Rellenópolis (que es a la ciudad lo que ciertas busecas o albóndigas a la comida), a la Costanera Sur no se la encuentra por ningún rincón del plano: no está más. En esta ciudad (que siempre produce “blues” en su constante transformación) hay “blues” que apenas hacen cosquillas, cuando lo viejo se va y lo nuevo enriquece; y hay “blues” como puñaladas, cuando algo bueno desaparece sin que se sepa por qué.
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(1) En la actualidad ha dejado de serlo; allí funciona ahora la Dirección General de Museos del Gobierno de la Ciudad. (N.del E.)

 Imagen: La Costanera Sur en 1920. (Foto tomada del sitio: todoarquitectura.com).
Tomado de libro: La ciudad y sus sitios, CP67 Editorial, Bs. As., 1987.