17 may 2011

La plaza Dorrego



(De Ricardo M. Llanes)

El primero de los espacios libres que pierde su primitiva condición de “hueco”, ha de ser el actualmente denominado plaza Dorrego, pues allá por días anteriores a 1745 el lugar era conocido como el “Hueco de la Residencia”, que aludía a la casa de reclusión y ejercicio de los jesuitas, que se encontraba al lado de la iglesia. Y “Plaza de la Residencia” fue llamada hasta mediados de 1828, en que ya el vecindario comienza a nombrarla “Plaza de Comercio”, adjudicándole el de la renovada nomenclatura dado a la calle que fuera de Bethlem, en 1734, Núñez en 1808, Comercio en 1820 y Humberto I a partir del 20 de septiembre de 1900. Y digamos que en la historia de nuestros antiguos barrios, el de esta plazuela se lo ubica mediante dos designaciones: San Telmo por la iglesia  de San Pedro González Telmo que se levanta en Humberto I 340, y por el del “Alto de San Pedro”, que señala un punto dentro de la misma zona, el de la plazuela; sin olvidar que también se conocía como barrio del Alto de San Pedro la parroquia llamada de la Concepción.
En San Telmo tal indicativo obedecería, lisa y llanamente, a la forzosa parada de los carreteros que, después de salvar la barranca de Marcó (calle Defensa, desde Martín García a Brasil), daban con este sitio ya convertido en plaza de carretas, donde se detenían en espera de que el zanjón de la arteria llamada San Andrés (hoy Chile), permitiera el paso, pues en él las aguas eran correntosas a causa de las lluvias. Y el alto no sólo permitía el descanso y abrevadero de los bueyes: los conductores, que dejaban la picana para besar el crucifijo, tenían tiempo para meterse en la iglesia a impetrar la buena suerte; así como en la pulpería a procurarse el pan y el queso, el cuarto de vino y los naipes que les ayudaban a olvidarse del temporal; y eso lo encontraban en la que abría sus dos puertas esquineras en Defensa, es decir, en la esquina colonial que aún existía en el año 1912. Tal, entre otras, la tradición más aceptable que se refiere al origen de la designación “del Alto”.
Desde muy antiguo, pues, esta plazuela significaría un punto de verdadera importancia, como que lo era de encuentro de los abastecedores que allí, adelantados por el mal tiempo, tomaban conocimiento de las cargas y frutos que colocarían en los mercados y tiendas de la ciudad. Por otra parte, debe tenerse en cuenta que se encontraba en el camino más transitado por aquellos días de la Colonia, ya que nuestra calle Defensa, que entre otros llevó el nombre de calle Real, constituía la vía directa entre el puerto del Riachuelo y la plaza Mayor, en comunicación con el Fuerte, el Cabildo y la Catedral.
De que al Hueco de la Residencia se lo destinaría a una plaza de carretas, existe documentación que así nos lo asegura: un Acuerdo del Cabildo del año 1745. Y sin duda alguna que este lugar de la tradición santelmina donde French concentraría, como muy apropiado, los chisperos que acaudilló para el triunfo de Mayo, continuó siendo paradero de carretas hasta muy entrado el siglo XIX.
No obstante la prohibición de construir mercados u otros edificios en las plazas de Buenos Aires (ley nacional del 5 de octubre de 1862), ya en ese mismo año encontramos establecido en la plazuela San Telmo el llamado mercado “Del Comercio”, qua ha de mantenerse hasta que abre sus puertas el otro denominado “San Telmo”, dentro de la manzana Estados Unidos, Carlos Calvo, Bolívar y Defensa, lo que acontece en el año 1897. Con todo, y a pesar de su color de feria, la plazuela se mantuvo como escenario de nocturnas concentraciones políticas, o de grupos escolares para cantar el Himno patrio, en el centro la bandera saludando al sol. Y fue apostadero de los penitentes en silencio y de las devotas del velo y el devocionario, al paso de la dolorida Madre inclinada sobre el hijo de Dios, martirizado, en la noche de la Semana Santa porteña.
Tanta y tan antigua preferencia gozaba entre los chicos y los mayores, que el parque Lezama, en una época en que todavía no se había desentendido de su característica de quinta particular, no obstante pertenecer al municipio, no era solicitado por el vecindario de San Telmo, que persistía en no desprenderse de la acogida franca y abierta de la plazuela amiga, siempre en estado de humildad. Y un día casi desaparece bajo la obra monumental de don Rogelio Yrurtia: en tan poco espacio, el grupo del “Canto al Trabajo” resultaba la misma figura de la más impresionante enormidad. Recordándolo, expresaba uno de nuestros prestigiosos escritores: “la vieja plaza de la Resistencia, actual placita Dorrego, donde se demoró el ‘Canto al Trabajo’ de Yrurtia –que vivió allí cansado buscando espacio abierto que le diera aire y perspectiva–, sigue estando en Defensa y Humberto I” (1).
La historia quiere recordarnos que la plazuela contaba a diario con la presencia de patricios que alcanzarían notable notoriedad: Bernardino Rivadavia, con residencia frente a ella, como nos lo indica una publicación de 1914; lo mismo Domingo French, que tenía su casa en Defensa 1066, y Esteban de Luca, que se domiciliaba a pocos pasos de su encuentro.
Y si en ninguna época tuvo, como otras plazas de la ciudad, sus revuelos de palomas, en cambio contó con los aletazos de las campanas de San Pedro González Telmo, cuyas vibraciones, dulce y lentamente, alcanzaban las vidrieras de sus ventanas con la presencia de María, la elevada en las purísimas melodías de Schubert y de Gounod. Se dirá que estamos cayendo por resbalar sobre el cascarón de lo romántico; sí, lo que se quiera. Pero lo cierto, lo innegable, es que toda la existencia de este pequeño cuadro urbano de 1.800 metros cuadrados (conforme con el Censo Municipal de 1904), ha sido eso: poema romántico manteniendo la memoria heroica de los hombres y mujeres que desembarcaron en su vecindad, después de cumplida la temeraria aventura marina en la que pusiera proa, cruz y espada, el Primer Adelantado; y como nos lo recuerda la historia ensangrentada de las Invasiones Inglesas, donde, en su casita de Humberto I 351 (desaparecida), alcanzara resonancia el atrevido ardid de doña Martina Céspedes. Y recuérdase que fue también en esa plaza donde “el día 13 de septiembre de 1816 el brigadier general don Juan Martín de Pueyrredón, en su carácter de Director Supremo, recibió del pueblo de la ciudad de Buenos Aires el solemne juramento de fidelidad a la Independencia Nacional que había decretado el Congreso de Tucumán el día 9 de julio del mismo año, y el compromiso de respetarla, afirmarla y defenderla” (2).
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(1) Víctor Luis Molinari; revista Lyra. Corresponde recordar que el poeta Molinari nació a un paso de esta plaza, en Defensa 1067.
(2) La Junta de Estudios Históricos de San Telmo, rindiendo su homenaje a la memoria de tan importante acontecimiento, y con la asistencia de autoridades representantes del gobierno y vecindario en general, colocó en la esquina de esta plaza, sobre la calle Defensa, una placa de mayólica que recuerda el hecho histórico. En tal oportunidad oró y bendijo la placa el presbítero Pedro Scarzella, presidente de la Junta, pronunciando el discurso de rigor, al descubrirse aquélla, el miembro de número profesor José Carlos Astolfi. En tan significativo acto, página ilustre en la historia de esta plaza, con la bandera en alto, la canción del Himno y el aplauso del barrio en pleno (mañana del domingo 13 de septiembre de 1970), ofició de relator el ex diputado nacional doctor Oscar López Serrot.

Imagen: Plaqueta en la plaza Dorrego.
Material tomado del libro: Antiguas plazas de la ciudad de Buenos Aires. (Bs. As., 1977).