3 ago 2011

“Las Violetas”


(De Omar Pedro Granelli)

En el último trimestre del 84 del siglo XIX, una luz prestigiosa resplandeció, promocional y auspiciosa, sobre una de las cuatro esquinas que conforman un centro geográfico del barrio de Almagro, un barrio porteño al que se conocía bajo esa denominación desde el año 1839.
Con la dulzura de una delicia confitada y el riesgo de una audacia premeditada, esa luz de esperanza llegó a la esquina noreste del Camino Real del Oeste (único Camino Real y preciso, Camino General Quiroga, avenida Rivadavia) y Medrano, con la instalación de un negocio de confitería en lo que se daba en llamar los confines de la ciudad de Buenos Aires, precisamente en las cercanías del límite con el Partido de San José de Flores o en el mismo límite, según distintas apreciaciones de los estudiosos de la materia.
Un negocio que llegó a Almagro para deslumbrar la primavera tempranera y asombrar a las nubes de septiembre.
Ocurrió un 21 de septiembre de 1884 cuando abrió sus puertas la Confitería “Las Violetas”, ocupando ese lugar estratégico de la ciudad y del barrio por espacio de 120 años. Nació en un año bisiesto y justamente en el bisiesto 2004, fecha en que escribimos este relato conmemorativo, vuelve a encontrarse en la cúspide de la valoración y la consideración de un público fiel y valioso.
“Las Violetas”, al instalarse, lo hizo para siempre, y lo hizo para transformarse en una simbiosis de barrio-confitería. Decir Almagro y decir “Las Violetas” es conjugar el mismo verbo. Es coincidir en la cita. Es consignar igual punto de referencia. Es, por fin, iluminar con luces propias y en forma simultánea, al lugar de pertenencia, como lo es el barrio, y al lugar de referencia, como lo es la confitería. Esas luces que cubren las cosas más sencillas y a los seres más emotivos, envueltos en la belleza y la serenidad de la eterna primavera.
El barrio no es el país como la confitería no es la esencia de la vida, pero esa luz que irradian ambos es la luz reveladora que íntimamente nos está esclareciendo el concepto de “patria chica” por el barrio y de “atrayente encuentro lugareño” por la confitería. “Las Violetas” es la eterna confitería, la que se proyecta más allá de un siglo de existencia, que naciera un domingo 21 de septiembre de 1884, primer día de la semana y primer día  de la primavera. Es la misma confitería que en la mañana de su inauguración pusiera digna frescura y apreciado placer a las jornadas templadas que presagiaba con su advenimiento, bajo la promesa de un ambiente social acogedor y agradable. Su nacimiento dejó atrás y dio sepultura válida a las distintas temperaturas humillantes de una soledad invernal que la sociedad almagrense padecía por la falta de un espacio que fuese remanso cálido para la fatiga diaria.
¿Por qué un día domingo? Porque su propia identidad traía consigo la pausa y la quietud de la celebración permanente que tiene el descanso dominical.
¿Por qué un día de primavera? Porque traía en sus intenciones rejuvenecer distintos momentos de la existencia ciudadana brindándole un rincón chic que sirviera para distracción, descanso y gozo de los parroquianos que llegasen hasta allí para gustar sus exquisiteces.
¿Por qué las violetas? Porque la planta que la produce está inscripta como el emblema de la modestia y su flor en sí misma presagia pretensiones y aspiraciones alentadoras, todo lo cual asocia una cautelosa iniciativa por un lado y un elevado criterio y pujante reto, por el otro.
Y así fue. Volver al misterio de ese día inaugural es como traer a esta presentación un  gran ramo de flores, en este caso de violetas, todas recogidas del jardín de la audacia comercial, visionaria y progresista. Es poner en el centro de la escena ese adorno floral que dio prestigio y un sello inconfundible a esa esquina del barrio de Almagro y de la ciudad toda, y tornó inequívoca cualquier cita en ese cruce de avenidas, cuando en vez de decir “te espero en Rivadavia y Medrano” se dice comúnmente “te espero en ‘Las Violetas’?”.
Fueron dos caballeros de la época los que en principio se animaron a ofrecer a la comunidad almagrense, habitantes en esos días de un barrio de extramuros, sus recién arrancadas violetas adornando un florero imaginario con forma de local a la calle, que adoptaron para brindarle el regocijo distinguido, reservado e intimista acompañado de una exquisita repostería.
Aquellos primeros socios se atrevieron a establecer un comercio de esas características, vestirlo de elegante, en un paraje que no parecía ser muy apto para lo que se pretendía.
Sin embargo, esa elección primaria en lo que parecía  una dudosa ubicación geográfica, tuvo mucho de presentimiento y muy buen olfato en el mercadeo, al fijar su asiento en lo que luego se constituiría, según lo decimos más arriba, en la referencia almagrense por excelencia. Eligieron nada menos que la esquina que, a nuestro juicio, partiendo de la misma y trazando una línea imaginaria por la avenida Medrano hacia el norte, hasta llegar a la confluencia con la avenida Corrientes esquina sureste, Café “Gildo”, sería las “columna vertebral del barrio de Almagro”.
La confitería con su presencia revalorizó el contorno y años tras años fue elevando su prestigio a la consideración pública, a tal punto que, ante su cierre circunstancial de tres años, motivó que la gente impusiera su reclamo y la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires la declarase Área de Protección Histórica y de Interés Cultural  el 6 de agosto de 1998.
“Las Violetas” fue ejemplo vivo de que la ciudad porteña ganaba espacios en los suburbios a fines del siglo XIX al mismo tiempo que se constituyó en la testigo del crecimiento que se produjo en el barrio de Almagro.
En ese extenso lapso de 120 años, esa luz que al principio se nos ocurrió presagiosa, fue tomando fuerza y hoy aparece imponente deslumbrando entre lujosos vitraux, majestuosos mármoles y llamativos bronces. Permanece brillante y nítida convocando a compartir la delicada sustancia espiritual de los momentos más gratos y a cautivarse con el colorido vital de sus violetas que ayudan a comprender el sentido práctico de las cosas y a enamorarse de la verdad de sus decorados. Esa decoración que invita a soñar esos sueños dulces de embriagadores licores, de negros cafés, de apetecibles menús y de deliciosas confituras.
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Imagen: Uno de los vitraux de la Confitería "Las Violetas" restaurados por el ingeniero Daniel Ortolá. (Foto de Juan Fariña)
Tomado del libro de O.P.G.: “Las Violetas”, 120 años. Bs. As.