17 may 2012

El hombre de Corrientes y Esmeralda


(De Raúl Scalabrini Ortiz)

Para no amilanarme ante los fantasmas que la imaginación procrea en las tinieblas, para no desorientarme en la maraña de variedades porteñas que a veces simulan desdecirse de un barrio y aun de una cuadra a otra, me dilaté en la nada fatua sino imprescindible creación de un hombre arquetipo de Buenos Aires: el Hombre de Corrientes y Esmeralda. En otro lugar aduciré las razones que me movieron a ubicarlo en esa encrucijada, para mí polo magnético de la sexualidad porteña.
Este hombre es el instrumento que permitirá hincar la viva carne de los hechos actuales, y en la vivisección descubrir ese espíritu de la tierra que anhelosamente busco. Será la guía, la linterna de Diógenes con que rastrearé el hombre en quien ese espíritu encarnar. Lo muy grande hay que inducirlo de la observación de una partícula, no del enfocamiento directo. El que mira todo el bosque de manzanos, no ve más que el bosque. Pero el que se reduce a mirar profundamente una sola manzana puede inferir el régimen de todas las manzanas.
El Hombre de Corrientes y Esmeralda es un  ritmo de las vibraciones comunes, un magnetismo en que todo lo porteño se imana, una aspiración que sin pertenecer en dominio a nadie está en todos alguna vez. Lo importante es que todos sientan que hay mucho de ellos en él y presientan que en condiciones favorables pueden ser enteramente análogos. El Hombre de Corrientes y Esmeralda es un ente ubicuo: es el hombre de las muchedumbres, el croquis activo de sus líneas genéricas, algo así como la columna vertebral de sus pasiones. Es. además, el protagonista de una novela planeada por mí, que ojalá alguna vez alcance el mérito de no haber sido publicada.
No se alboroten, pues, los políticos ni los granjeadores de voluntades. El Hombre de Corrientes y Esmeralda no es ladero para sus ambiciones. Su nombre no figura en los padrones electorales, ni en las cuentas corrientes de los bancos, ni en los directorios de las grandes compañías ni en las redacciones de los diarios, ni en las nóminas de comerciantes o profesionales. No es un obrero, ni un empleado anónimo.
El  hombre de Corrientes y Esmeralda es el vértice en que el torbellino de la argentinidad se precipita en su más sojuzgador frenesí espiritual. Lo que se distancia de él, puede tener más inconfundible sabor externo, peculiaridades más extravagantes, ser más suntuoso en su costumbrismo, pero tiene menos espíritu de la tierra.
Por todos lo ámbitos, la república se difumina, va desvaneciéndose paulatinamente. Tiene sabor peruano y boliviano en el norte pétreo de Salta y Jujuy; chileno, en la demarcación andina; cierta montuosidad de alma y de paisaje en el litoral que colinda con el Paraguay y Brasil y un polimorfismo sin catequizar en las desolaciones de la Patagonia.
El Hombre de Corrientes y Esmeralda está en el centro de la cuenca hidrográfica, comercial, sentimental y espiritual que se llama República Argentina. Todo afluye a él y todo emana de él. Un escupitajo o un suspiro que se arroja en Salta o en Corrientes o en San Juan, rodando en los cauces algún día llega a Buenos Aires. El Hombre de Corrientes y Esmeralda está en el centro mismo, es el pivote en que Buenos Aires gira.
El mismo Hombe vertió las palabras puntualizadoras de su efectividad en el arresto sin cálculo de un acaloramiento, de un querer demasiado tirante o de un pequeño descuido del recelo personal, pacientemente incubado por mí. El Hombre nació en apuntes apresurados de un partido de fútbol o de un asalto de box, en la agresión a un indefenso, en la palpitación de las muchedumbres de varones que escuchan un tango en un café, en el atristado retorno a la monotonía de sus barrios de los hombres que el sábado a la noche invaden el centro ansiosos de aventuras, en las confesiones amicales arrancadas por el alba, en los bailes de sociedad, en la embriaguez sin ambages de un cabaret, en algunos comentarios perspicaces y también en personas que exageraban involuntariamente un motivo mitigado por los demás.
En todos y en cada uno vive el Hombre de Corrientes y Esmeralda. Se le desconocía, porque el conocimiento es casi una verbalidad, y los hombres que podían metrificar su voz se irritaban la garganta amaestrando oraciones extranjeras o evaporaban sus propósitos en un silencio lleno de mañanas que perezosamente se trocaban en ayeres...
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Imagen: Tapa del libro editado por Plus Ultra.
Tomado de El hombre que está solo y espera; ed. Plus Ultra, Bs. As., (sin año de impresión)