27 may 2012

Había una vez una plaza... Fernando VII



 (De Maxine Hanon)

PARAJE DEL FUERTE VIEJO
Buenos Aires, mediados del siglo XVIII. Desde la Fortaleza gobierna José de Andonaegui. La gente principal vive en los alrededores de la Plaza Mayor o en los de la Plaza Chica, en Santo Domingo. Los barrios recios del Norte, del otro lado del arroyo Matorras (1), se prolongan en arrabales de mala muerte. El Asiento del Retiro y los terrenos de los ingleses represaliados a la Compañía del Mar del Sur son tierra de nadie. Con precarios títulos o sin  ninguno, se han ido cercando quintas, ranchos, corrales y alguna pulpería con techo de paja. Caminos de barro para llegar al pueblo, y senderos tortuosos entre rancho y rancho. La barranca se baja a los saltos por donde se encuentre una huella. En el bajo las toscas,  los pescadores que de a caballo se adentran en el río grande con sus enormes redes, mientras por las noches las sombras desembarcan  bultos de contrabando que vienen de la Colonia del Sacramento. Pululan los negros fugados y los vagos que se alimentan de huerta ajena y duermen bajo los sauces.
El límite confuso del ejido solo existe en los papeles, como los nombres oficiales de las calles,  que nadie recuerda. La gente vive en “la calle de Cueli” (2), en “la de Pablo Thompson” (3) o allá “en el barrio de don Alejandro”, por aquel Alejandro del Valle que va poniendo los pesos y el alma en una capillita que levanta bajo la advocación de Nuestra Señora del Socorro.
Los vecinos que residen en la hoy Avenida  9 de Julio y hacia las Cinco Esquinas –todavía no son esquinas ni cinco–  dicen que su barrio se llama “el paraje del Fuerte Viejo”. ¿Qué era y dónde estaba aquel fuerte tan perdido en la historia que no ha dejado rastros?
Su origen debe buscarse en la Real Cédula del 26 de febrero de 1680 que dio respuesta a los problemas de seguridad y defensa de Buenos Aires; desechó la vieja idea de fortificar y circunvalar la ciudad con una gran muralla, y ordenó construir un fuerte de mayor capacidad que el existente en la Plaza Mayor o, a criterio del gobernador, levantarlo en el extremo Sur o Norte de la ciudad (4). El gobernador José de Garro, tras larga deliberación, decidió “hacer dicha fortaleza en el paraje de San Sebastián, que cae en uno de los extremos de esta Ciudad a la parte del norte” (5). Y en 1682 se inició su construcción con 400 hombres. En 1685 se suspendieron los trabajos para pedir mejor opinión a los técnicos de Cádiz que aconsejaron continuar con su fabricación, pero las obras eran caras y obligaban a cobrar mayores impuestos por lo que finalmente se abandonó. En 1703, siendo gobernador Alonso de Valdez e Inclán, éste quiso ver el sitio donde sus antecesores habían iniciado la construcción pero se encontró con que las lluvias habían  borrado casi todos sus rastros. Ya por entonces el lugar elegido se consideraba totalmente a trasmano e inútil para la defensa de la ciudad.
Según Vicente Cutolo, el fuerte habría estado exactamente en la manzana que hoy ocupa la plaza Libertad, con portada sobre Paraguay entre Libertad y Cerrito (6). Se basa el historiador en el plano trazado por el Cabildo Eclesiástico para las mensuras de las primeras parroquias linderas a la ciudad, muy precario y muy posterior al fuerte, donde éste aparece en algún lugar de la costa norte, entre las hoy Cerrito y Libertad.
Sin embargo, creemos que el sitio donde se inició la construcción del fuerte no fue la hoy plaza Libertad sino sobre la barranca, entre Arenales y Arroyo, 9 de Julio y las Cinco Esquinas.
Veamos. En el plano titulado “Plan de la Ville de Buenos Ayres” (sin autor ni fecha), que dataría de 1745 y cuyo original se exhibe en el Museo del Banco Nación, podemos ver delineado nuestro fuerte con forma pentagonal y marcado como “Ruine de L'Ancien Fort”. Ahora bien, si estudiamos detenidamente el plano encontraremos que el fuerte proyectado ocupaba tres manzanas desde aproximadamente 9 de Julio y Arenales hacia Cinco Esquinas, es decir a unas cuatro cuadras del sitio donde estuviera la Cruz de San Sebastián (7). Esta ubicación coincide con varios documentos relacionados con terrenos de aquella zona. Así, cuando en 1730 un humilde Thoribio (sic) Sánchez pidió se le hiciera merced de la cuadra comprendida entre Carlos Pellegrini, Arenales, Juncal y Cerrito, dijo que el terreno que solicitaba estaba pegado al Fuerte Viejo. Andando los tiempos, en 1770, Tomás Alcaraz pidió al gobernador Bucareli la cuadra ubicada entre Libertad, Cerrito, Arenales y Juncal, y dijo que estaba en el paraje que llaman el Fuerte Viejo. De igual manera, casi todos los terrenos aledaños a las Cinco Esquinas –y hasta Talcahuano–  hacen referencia al Fuerte Viejo.
El sitio ya era un terreno poblado de ranchos y huertos en 1749 cuando el padre Fray Joaquín de la Soledad, Procurador del Real Hospital, pidió infructuosamente al Cabildo que se le hiciera merced del “terreno que llaman del Fuerte Viejo, para en él hacer fábrica de materiales y huertos” (8).

EL HUECO DE DOÑA ENGRACIA
Muy cerca de las ruinas del Fuerte Viejo nació hacia 1770 el hueco que durante más de medio siglo se conoció como el “hueco de doña Engracia” o “doña Gracia”.(9)
¿Quién fue doña Engracia o Gracia? Posiblemente una mendiga parda que hacia 1770 apostó su rancho en un rincón de aquel hueco que no era de nadie. Carlos Ibarguren (h) conjetura que “Allí, entre una maraña de yuyos y tunales, cierta negra conocida por doña Engracia, levantó un rancho miserable: acaso un boliche que hiciera a las veces de sórdida mancebía. A partir de entonces, el nombre de esa negra se extendió al agreste reducto de sus hazañas; y el 'Hueco de doña Engracia', espontáneamente se incorporó a la nomenclatura ciudadana”. (10) Lo cierto es que para 1809 de doña Engracia ya no quedaba memoria, salvo su legendario nombre.
Y aquí empieza nuestra historia. Porque en julio de 1809 los vecinos del Socorro, capitaneados por don Fermín de Tocornal, (11) se presentaron ante el virrey para pedir que el hueco de doña Gracia fuera transformado en plaza. Firmaban el petitorio Fermín de Tocornal, Pascual Diana, Salvador Salces, Norberto Cabral, Juan Reynoso, Juan Ximénez, Antonio Lorenzo, Esteban Fuentes, Pascuala Correas, Bernardo Gutiérrez, Anselmo Piñero, José Rico, Fernando Otero, Pedro Martín Ibáñez, Petrona Vega, Francisco Romero, Juan Bautista Morón, Antonio Castillo, Pedro Ponce de León, Lázaro López, Juan Vázquez, José S. García, Anselmo Farías, Hilario González, Matías Juerz (?), Francisco Giraldes, Miguel Carlin, Martín de Monasterio, Martín de Elordi, Juan Ferreda,...Ilina. Algunos de estos vecinos serían futuros alcaldes de barrio, otros eran tan humildes que debieron pedir prestada una firma a ruego.
Y el escrito decía: “que desde tiempo inmemorial ha disfrutado el Publico de la citada Plaza colocándose en ella muchas de las carretas que vienen de fuera hasta que de allí toman su destino, y la situación en que se halla la hace desde luego muy precisa y necesaria pues está respecto de la Plaza Nueva (12) en la distancia de siete cuadras, y de la grande o de la Victoria más de doce, pero como hasta el presente no se haya autorizado para plaza formal es la causa de que no se haya poblado como corresponde y establecido en ella un tráfico cuan exige su posición, y conviniéndonos por lo tanto que se erija en Plaza para que con la seguridad de serlo se trate de su fomento y colocaciones de tiendas para el abasto a propósito de que pueda el vecindario surtirse del necesario con comodidad y sin la precisión de venirlo a buscar a mayores distancias, suplicamos a V.E, se digne oyendo previamente al Señor Síndico Procurador de la Ciudad expedir al efecto la providencia oportuna precediendo en caso preciso la información  correspondiente de no haberse conocido jamás aquel sitio con población ni sujeto a dominio alguno particular, y fijándose también carteles de convocatoria en los parajes públicos para que cualesquiera que se estime con derecho a el comparezca a deducirlo dentro del término que se le asignare bajo el apercibimiento de que pasado, sin haberlo hecho no será oído en manera alguna, y con la calidad que si lo esclareciere se le satisfará por su justo precio como a ello nos comprometemos, los ocurrentes, con el único objeto que no se prive al público del alivio que disfruta en aquella Plaza y las ventajas que resultan al vecindario del contorno, en que se habilite para tal para que de este modo puedan proprorcionarse sin incomodidad de cuanto suele expenderse en las de su clase...” Es decir que se pedía que instalara allí una plaza en el concepto que se daba a las plazas en aquel entonces: un sitio donde se vendían los comestibles y se realizaba el trato común de los vecinos y forasteros.
El Escribano Mayor del Virreinato, José Ramón de Basavilbaso, abrió expediente caratulado: “Expediente promovido por los vecinos de la Parroquia del Socorro, sobre que se erija en Plaza el sitio conocido con el nombre de Doña Gracia”. (13) y convocó a los más antiguos vecinos para que atestiguaran sobre la pertenencia del sitio. Así, Pablo Márquez, nacido y criado en el barrio, atestiguó que “jamás la ha visto poblado ni ha sabido que tenga dueño”. Lo mismo dijeron Pedro Rivera, Eugenio Lamaestra, Francisco Ramos y Francisco Xavier Macera (14). El vecino Agustín Pérez de la Rosa agregó que “había oído decir que el hueco era del Convento de Nuestra Señora de la Merced”.
A su vez, el escribano del Cabildo, Justo José Núñez, consultó los viejos papeles del repartimiento de Garay y a los distintos arreglos y mensuras hasta 1612, para informar que de esos documentos no surgía que “el hueco denominado hoy de doña Engracia” hubiera sido repartido o dado en merced a vecino alguno de aquel tiempo, ni tampoco que hubiera subsistido hasta entonces sin dueño. O sea que no encontró nada, salvo que el  hueco estaba comprendido dentro de la traza de la ciudad “cuya línea divisoria forma el costado del Oeste del mismo Hueco”.
Si bien los documentos consultados eran anteriores al Fuerte Viejo, nótese que no lo mencionan ni los antiguos testigos ni el escribano Núñez. Tampoco lo menciona el Síndico Procurador del Cabildo, Julián de Leiva, que el 11 de mayo de 1810 dictaminó que aun cuando ningún documento anterior a 1612 le adjudicara propietario, él estaba persuadido que lo tenía porque todos los de su alrededor estaban poblados, “de lo que debe deducirse, y lo persuade la denominación de aquel hueco, que ha tenido dueño y que acaso lo tiene hoy también, aunque ignorante de sus derechos. Sin embargo como esta indolencia, que parece ser muy antigua, es opuesta al fin de las poblaciones, y por otra parte el crecimiento de esta Capital necesita que se multipliquen sus plazas para comodidad del vecindario, le parece al Síndico que sería muy conveniente darle el destino que solicitan los ocurrentes, bajo la calidad a que se avienen de satisfacer el importe que resulte de su tasación, al dueño que acredite serlo dentro del término que se señale”. Y agregó Leiva que recomendaba destinar una parte del hueco “para construir en ella un Pósito que hace tanta falta, o cualquier otra obra pública” que el Cabildo también debía pagar si aparecía dueño. El Cabildo aprobó la moción de su Síndico –incluyendo el pósito o alhóndiga– (15) el día 18 de mayo de 1810 y lo pasó a Basavilbaso que a su vez ordenó su traslado al Fiscal Manuel Villota el 21 de mayo.
Tanto Leiva como Villota y el Cabildo entero estaban ocupados en aquellos días con cuestiones algo más importantes que el hueco de doña Engracia. Durante los días siguientes nuestro expediente pudo haber sido mudo testigo de los electrizantes discursos que se fueron sucediendo en la Sala Capitular, de los gritos que venían de la Plaza, de los conciliábulos secretos y finalmente de la creación de la Primera Junta patria.
Villota –gran jurisconsulto– había defendido las posiciones del partido español y votado por la permanencia de Cisneros. Éste, nuestro expediente, fue seguramente uno de los últimos que despachó. El 18 de junio aprobó el informe de Leiva y el 22, sorpresivamente, fue desterrado junto con el virrey Cisneros y embarcado en una fragata corsaria inglesa. El pobre Leiva tampoco llegó a saber si la plaza se abrió o no, porque a él también lo desterraron de  Buenos Aires, aunque volvió años después.
La cuestión es que el expediente siguió su curso y terminó donde tenía que terminar, en las oficinas de la Junta. En esos días en que se decidía la suerte de la revolución, entre el destierro del ex virrey Cisneros y la ejecución del héroe de la reconquista Santiago de Liniers, el 11 de julio de 1810, la Junta  se hizo un ratito para aprobar la solicitud  de los vecinos del Socorro y ordenar: “se proceda inmediatamente al establecimiento de esta nueva Plaza, que se denominará Fernando VII…”. Al pie estamparon sus firmas Saavedra, Castelli, Belgrano, Azcuénaga, Alberti, Matheu y Larrea.
Concluida la cuestión, en agosto los vecinos fueron suscribiendo sus respectivas fianzas obligándose con sus personas y bienes a pagar el terreno a cualquier eventual dueño que pudiera aparecer. Entre ellos destacamos a Antonio Álvarez de Jonte –futuro integrante del Segundo Triunvirato– que lo hizo en nombre de su señora madre. El 6 de noviembre Pedro Capdevila, Regidor Juez Diputado de Policía, ordenó que se delineara la plaza y la parte del terreno para pósito o alhóndiga por el Maestro Mayor Juan Bautista Seguismundo, el mismo que en 1803 construyera la recova de la Plaza de la Victoria.
Finalmente, el 18 de enero de 1811, Seguismundo midió la plaza en 140 varas en cuadro y la tasó en $ 1.680. En su informe, el alarife se refiere a ella como “La Plaza titulada en honor de Nuestro Soberano el Señor Don Fernando 7º”.
Así fue como durante toda la guerra por la Independencia, Buenos Aires tuvo una plaza en honor al soberano que combatía. Pero, ¿alguna vez los vecinos la habrán llamado Fernando VII, o habrá ganado la pulseada el fantasma de doña Engracia? Don Fernando estaba tan desprestigiado que sin duda ganó la partida la humilde vasalla parda.
Sea como fuere, a partir de 1822 se le impuso el nombre que por su fecha de nacimiento debió haber llevado siempre: Plaza Libertad.
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Notas:
1) El arroyo de Matorras corría a la altura de Viamonte, torcía por Suipacha y seguía por Paraguay hasta desembocar en el río por la hoy Tres Sargentos.
2) Marcelo T. de Alvear, en Retiro.
3) Maipú, en Retiro.
4) Ver AGN IX 24-8-12, Reales Cédulas.
5) Citado por Rómulo Zabala y Enrique Gandía en Historia de la Ciudad de Buenos Aires, Tomo I, MCBA, 1980, pág. 383.
6) Buenos Aires, Historia de las calles y sus nombres, Edit. Elche, Bs. As., 1994, Tomo II.
7) La cruz y ermita de San Sebastián, desaparecida antes de 1682, estuvo en Arenales y Maipú.
8) Acta del Cabildo del 24-1-1749 (Actas del extinguido Cabildo de Buenos Aires, años 1745-1750).
9) Plaza Libertad, entre Cerrito, Marcelo T. de Alvear, Libertad y Paraguay.
10) La casa de Ibarguren en la calle Charcas, Buenos Aires, 1967, pág. 12.
11) Fermín de Tocornal, hijo único de Manuel Joaquín de Tocornal y Josefa Ville, fue destacado vecino del barrio y en 1800 primer Hermano Mayor de la Cofradía Hermandad de las Ánimas de la Iglesia del Socorro.
12) La Plaza Nueva o de “Amarita” estaba ubicada en la hoy Carlos Pellegrini, entre Sarmiento y Tte. Gral. J. D. Perón, en el mismo sitio donde después estaría el Mercado Del Plata.
13) AGN Tribunales Civiles S Nº  2, 1809.
14) Francisco Xavier Macera, sastre, fue marido de Margarita del Valle, hija del fundador del Socorro.
15) El pósito es un local público destinado a mantener acopio de granos, prestándolos en condiciones módicas, durante los meses de escasez. La alhóndiga, en cambio, almacena también otros comestibles.

Imagen: Detalle del plano sin autor ni fecha de ejecución titulado “Plan de la Ville de Buenos Ayres”.
Material e ilustración tomados  de la revista Historias de la Ciudad, septiembre 1999.