25 ene 2013

El candombe no murió en el barrio del tambor



(De Ariel Prat)

“Ah maldito, maldito mil veces
Seas blanco sin fe, tu cruel memoria
Es eterno baldón para tu historia.”
(Horacio Mendizábal, 1869, poeta afroporteño)

A menudo tengo que exceder mi papel de simple juglar urbano/suburbano, teniendo que honrosamente, como los es en este caso, aportar con la palabra o la escritura lo poco que sé, vale así mi visión de protagonista curioso, más que la de un profesional licenciado o un antropólogo, quienes en buen número están haciendo un gran trabajo de recuperación y visibilidad de esta oculta argentinidad que hoy explota en miles y miles de brazos, caderas y piernas juveniles, quebrando con africanidad el espacio dedicado por la cultura oficial dentro y fuera del territorio instalando la equivocada y parcial idea de una Argentina “europea”.

A pesar de haber aportado tanto a nuestra formación como nación, la presencia afroargentina no solo se intentó velar sino que incluso en tiempos de cabildantes fervores, los señoritos decían que “la república está muy mal servida” al observar las costumbres de nuestros negros de entonces a bordo de bambulas, chicas y calendas entre otros ritmos que aportaban las naciones, quienes protagonizarían aquel gigante candombe en mayo de 1836, en presencia misma del restaurador de las leyes y su hija Manuelita. El carácter de clase que adoptarían con el tiempo de libertos en nuestra sociedad, estaría signado por la educación basada en los valores europeos (aquello de los negros “ché” y los “negros finos”). En las artes y en las letras como en la política, irían destacando varios representantes de la comunidad afroargentina como Zenón Rolón (músico, profesor, escritor, se puede encontrar obra suya en el museo histórico de Morón), Lucas Fernández y Casildo Thompson, quienes crearon desde el movimiento “Democracia Negra” en el año 1858, el primer órgano de orientación de lucha de clases antes que cualquier influencia europea se haya amarrado a nosotros y que se llamó “El proletario”.  Ya en la música, Rosendo Mendizábal, quien fuera el autor de “El entrerriano”, primer tango que se conoce con partitura del año 1896.
Esto nos sirve como anticipo para observar el desarrollo de los candombes porteños y argentinos y en una rápida ojeada, pasar de los toques rituales, al sincretismo más o menos público de principios del siglo XIX, hasta la participación de las naciones en los carnavales con sus toques y bailes característicos, que dejan como seña de identidad no solo la ropa y el desfile (más varios pasos que hacemos en la murga porteña), sino las famosas “topadas”, para intentar tapar los sonidos de los otros, que a veces solían acabar en riñas generalizadas callejeras y que con el correr de los años nuestras murgas siguieron sin solución de continuidad no ya representando a una “nación”, sino a un barrio. No solo por “tapar” a la otra, también contender para intentar actuar primero en el corso “a lo guapo”.
Cito para ilustrar un estribillo de tema propio “Candombe de Buenos Aires”:
“El candombe no murió/ En el barrio del tambor/ Muy porteño se mezcló/ En los toques del murgón/ En la murga revivió/ Meta rumba y guariló”.
Miles y miles de murgueros que hoy integran con ilusión y vitalidad murgas y agrupaciones de carnaval, tal vez no sepan ni sueñen que sus pasos y el origen de sus murgas, radique en aquellos antiguos habitantes de esta tierra. Cuando el compadrito criollo comenzó a transitar el camino del baile, espiaba de “coté” a los candombes ya ocultos y entre sorna y admiración que fue a derivar en el baile del tango, nos dejó en la murga ese eslabón que yo llamo “perdido” entre el candombe y la murga, entre el compadrito y el negro. De aquel salvaje candombe (guariló o bariló), pasando por la milonga (también de un vocablo africano “mulonga” que significa “palabra”) y la llegada de la inmigración,sobre todo italiana, el aporte del bombo de origen turco que luego terminaría afianzado como parte sustancial de nuestro folklore, que como el bandoneón, sin haber nacido en nuestra tierra, nadie ejecuta ni lo representa culturalmente como en la Argentina, se fue formando nuestra murga que hoy crece y se dispersa vital y pendiente de muchas influencias por todo el territorio y asombra a propios y extraños con su particular y único modo de ser un vehículo latente de negritud.
“Ya no hay negros botelleros,/ Ni tampoco changador,/ Ni negro que vende fruta,/
Mucho menos pescador;/ Porque esos napolitanos/ Hasta pasteleros son/ Y ya nos quieren quitar/ El oficio de blanqueador./ Ya no hay sirviente de mi color/ Porque bachichas toditos son;/ Dentro de poco ¡Jesús por Dios!/ Bailarán zamba con el tambor.”  (Anónimo, probablemente de fines del siglo XIX).
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Fuentes, notas y lecturas recomendadas:
“Breve Historia del Tango” (Fernando Araníbar)
“Cosa de Negros” (Vicente Rossi)
Estudios y escritos de Ortiz Oderigo.
“El periodismo de la Disidencia Social” (Dardo Cúneo)
“El Negro en el Río de la Plata” e “Itinerario de los Negros en el Río de la Plata” (Ricardo Rodríguez Molas)
“El Primer Genocidio” (Emilio Corbiere)
El antropólogo e investigador norteamericano George Reid Andrews
Textos y notas de Pablo Cirio, Alejandro Frigerio y Alicia Martín.

Imagen: Candombe en una fogata de San Juan  (año 1938). Foto tomada de Wikipedia.
Nota tomada del sitio raizafro.com.ar