25 jul 2013

Más allá de un emblema nacional



(De Pablo Lema)

“Quien sea turista y no conozca el Obelisco en carne viva nunca sabrá lo que es Buenos Aires”, sentencia Ramírez, uno de los tantos vendedores de artesanías que se pasea a diario entre el cruce de la avenida Corrientes y 9 de Julio, a la pesca de nuevos clientes. El arquitecto Alberto Prebisch fue quien lo diseñó y Siemens Bauunion, la empresa que lo construyó de la mano de más de 150 obreros en tan solo 31 días. Tal construcción no sólo es conocida por su peso histórico sino también por la opinión de los transeúntes que lo ven a diario. Sus opiniones van desde la fría objetividad hasta la más pasional de las subjetividades, ¿Por qué? Porque el obelisco es símbolo de época, de Historia, y de historias. Por sus cercanías hay un grupito de señoras cacatúas que andan despotricando a los cuatro vientos que su diseñador fue un burdo imitador del arte egipcio debido a su parecido con las construcciones antiguas. Sin embargo, una enamorada anónima de Prebisch, en una de sus cartas póstumas, deja en claro el amor que Alberto sentía hacia todo lo relacionado con el antiguo Egipto. Otros absurdos revelan que el arquitecto viajó al pasado, a través de la galería Güemes, para copiarse de sus maravillas y luego regresó como si nada para dar comienzo a la construcción que con los años se transformaría en el icono de la ciudad. En medio de este escenario excéntrico cargado de diversas simbologías me topé con Sebenir Suárez; un hombre ya mayor curtido por los años, ex cantante desconocido y actual taxista. Ni bien le dije que planeaba hacer una nota sobre el obelisco se mostró predispuesto y pasó a contarme su historia a la que resumió como "una herida en su pecho que le recuerda que su felicidad es carente de longevidades". El nombre de su maldición, según el hombre, era Lucía; una administrativa que trabajaba en una de las oficinas de la calle Florida y vivía en Almagro. Se conocieron una tarde en uno de los cafés de la cuadra del "Burger", hace años, y desde ese momento quisieron estar juntos. "Los ruegos a Cupido no fueron escuchados. El amor es fugaz y generalmente ilusiona más que lo que deja, pero lo que lo hace mágico es que mientras dura, nos permite sentir lo eterno y lo milagroso en medio de realidades abstractas y racionales como las nuestras", me reveló Sebenir. La relación no duró mas que unos cuantos encuentros fogosos y algunas charlas de cafés. La mujer, si bien la pasaba bien con el hombre, sentía que su mundo se quebraba junto al fulano. Según ella, Sebenir la hacía feliz y como no estaba acostumbrada a esto prefirió terminar con la relación. El hombre, preso del dolor y del desconsuelo se metió en todo tipo de relaciones desafortunadas e hizo infeliz a cuanta mujer pudo sin poder mermar el dolor y despecho que sentía por dentro. Hasta en una tarde, en la que vagaba medio ebrio, se cruzó con un hombre vestido de traje al que le ofreció una buena suma de plata si le contestaba tal pregunta: ¿El precio por ser feliz es tan alto que hasta es menos doloroso ser infeliz? El extraño de traje agarró los billetes de un manotón y salió corriendo en medio de una 9 de Julio aborrecida por el tránsito y el ruido de las bocinas. "¿Tan ridícula le habrá parecido mi pregunta?", se preguntaba Sebenir a la vez que se sentía como un idiota. Con el tiempo, Suárez, perdió todo interés por contestarse preguntas. Sin embargo cuando conoció a Rocío se enamoró, ahora sí se contestaba todo tipo de incógnitas y hasta veía La felicidad como una sensación posible en cada esquina y no como un invento de los católicos y optimistas para justificar un anhelo inexistente en medio de un mundo patas para arriba. Sin embargo, a pesar de todo, una noche de otoño terminó el noviazgo frente al coloso de la 9 de Julio. "Desde esa noche otoñal renuncié a la única posibilidad de volver a ser niño en un cuerpo adulto, de reírme de las parejas tomadas de la mano pero infelices, de conocer la armonía de los Budas y entender finalmente el porqué de nuestra existencia", expresó con tristeza el taxista, antes de llorisquear y pedirme disculpas por no poder continuar con la nota. Sebenir, actualmente recorre en su taxi la zona céntrica de Buenos Aires preferentemente en las noches. Y es así donde se da tregua con sus dos más hermosos recuerdos: La Vida y La Muerte. Él, solo añora lo pasado y no tiene ningún interés por el presente mucho menos por el futuro, siente que ya conoció los saberes más importantes y que ahora solo le resta esperar. Su obelisco es Lucía; colosal, eterna, bella y fría. Y todo el entorno a su alrededor es Rocío; ríos en movimientos, ruido, mucho ruido, miles de historias en una o una historia con el poder de miles, lo bello, lo sublime, los momentos felices pero transitorios. Para los turistas, el Obelisco, es una linda representación para fotografiar. Para los mendigos de las esquinas representa la soberbia humana hecha realidad, los psicólogos analizan que tal construcción es el poder masculino hecho falo y las feministas ironizan que el mismo representa el pene que todo hombre querría tener pero carece. Y que si pudiera llegar a tener seguramente no sabría cómo usarlo. Testimonios hay a rolete. El obelisco suscita miles de simbolismos, controversias (como su historia misma que va desde la censura hasta las diversas manifestaciones) y mucha pasión de sus testigos. Es un recorrido casi obligatorio para los extranjeros y por qué no para los mismos porteños que muchas veces se quedan estancados en lo que ven y no intentan ver mas allá de la ilusoria vista. La magia del Obelisco es gratuita para todos, pero tengan cuidado, porque se suele decir que por sus cercanías todo aquel que tiene contacto vivo con el coloso, debe pagar un precio. El precio de dejar parte de su vida alrededor de su imponente imagen, que predican algunos, nunca dejará de existir ya que en su interior guarda el secreto de La Eternidad heredada de los antiguos egipcios.
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Ilustración: Con el Obelisco en el corazón.
Nota y dibujo tomados de la página web Buenos Aires Sos.