10 oct 2013

Un siglo del riel en Villa Pueyrredón



(De Jorge Luchetti)

Los cien años de vida de la Estación Pueyrredón son el testimonio de la nobleza de un sistema de transporte que alguna vez fue orgullo nacional y que, además, unió al país donde alguna vez existieron sueños de grandeza.

 El tan mentado modelo agroexportador argentino siempre aparece como un referente dentro de los artículos que tratamos: al hablar del ferrocarril se hace insoslayable mencionarlo. Este modelo neoliberal siempre estuvo en el ojo de la crítica de aquellos revisionistas de la historia, quienes aducían que si bien el país se hacía fuerte económicamente a su vez la brecha social crecía en forma desmesurada.
También se han levantado cuestionamientos sobre los planes de desarrollo de la infraestructura ferroviaria, portuaria y de almacenamiento, bajo el argumento de que sólo se favorecía a hacendados y empresas exportadoras de capitales internacionales. A todo esto agreguemos que en el país no había industria, lo que obligaba a traer desde una casa completa hasta un insignificante clavo. De todas formas, y más allá de esa realidad, el país estaba en pleno crecimiento y se había convertido en el granero del mundo. Las principales ciudades, como Rosario, Córdoba y Buenos Aires, dejaron su pasado colonial para convertirse en cosmopolitas.
En 1910 todos los ojos del mundo miraban hacia la Argentina. Los festejos para los primeros cien años de libertad iban a ser la excusa para vestir de gala a la Capital de la joven República. Muchos edificios fastuosos se construyeron para la época, principalmente sobre la Avenida de Mayo, paseo que por otra parte fue símbolo del progreso porteño. Edificios como el de la Inmobiliaria y la Confitería Del Molino fueron inaugurados ese mismo año. Una parte del Palacio de Tribunales también abrió sus puertas en 1910 y fue finalizado una década después. Lo mismo sucedió con el Congreso de la Nación. El Teatro Colón (1908) ya estaba presto para recibir los festejos. El país se abría al mundo y grandes personalidades, como la Infanta Isabel (España), George Clemenceau (Francia), Guillermo Marconi (Italia), Albert Einstein y otros tantos pasaron por la Argentina del centenario.
La ciudad ya venía engalanándose con trabajos urbanísticos, de parques y jardines, como la apertura de la Plaza Congreso en 1909, los parques Tres de Febrero y Centenario, realizados por el admirado paisajista Carlos Thays. Al mismo tiempo nacía la afamada tienda Gath y Chaves. Un año después empezaban los trabajos para la construcción del primer tren subterráneo de Sudamérica. La red ferroviaria pasó de tener unos 9.000 kilómetros de vías en 1889 a 33.000 kilómetros para el centenario: finalmente llegaría a tener 53.000 kilómetros toda la red del país. Durante 1910 tuvo lugar uno de los hitos en el desarrollo de la telegrafía argentina, al inaugurarse el Cable Argentino a Europa. La pregunta de muchos era cómo hicieron para sacar de la nada esto que se parece a París.
Esta imagen argentina, de un país donde florecían por doquier mansiones y edificios públicos descomunales, con la infraestructura ferroviaria más grande del cono sur, el sistema de subterráneos más importante de Sudamérica y otros tantos emprendimientos de gran porte, se contraponía a los conventillos y a las casas de chapa del barrio de la Boca. Además estaban aquellos habitantes más postergados, denominados atorrantes, ya que vivían en los caños acopiados por obras sanitarias de la firma francesa A. Torrent. La Biblia y el calefón se empezaban a entremezclar. Es por esto que años después surgiera aquella expresión de André Malraux, quien definió a Buenos Aires como la capital de un imperio que nunca existió.

LAS VENAS DEL PAÍS
Sabemos que durante largos años el ferrocarril fue en la Argentina el encargado de abrir fronteras, reducir distancias, forjar pueblos y fomentar el progreso. Más allá de las críticas que se le han hecho al sistema ferroviario, creado principalmente como una de las herramientas para poner en marcha el modelo agroexportador, la infraestructura y el armado del ferrocarril fueron impecables. Cada componente fue diseñado hasta en los mínimos detalles. Sepamos que los ingleses ya habían previsto los desbordes de los arroyos porteños, de allí que parte del sistema esté elevado. Si bien esto parece obvio, quienes siguieron urbanizando la ciudad no tuvieron en cuenta esta situación.
La infraestructura ferroviaria iba desde los simples bulones que unían los rieles, los picaportes de las puertas y los bancos hasta las locomotoras, vagones y edificios propios de la estación; todo el sistema tienen un promedio de cien años de existencia. A pesar del poco mantenimiento y del uso y abuso excesivo que debió soportar, siempre mostró la nobleza constructiva de cada una de sus partes. Para tener una idea de lo efectivo que fue el ferrocarril, en las primeras décadas del siglo veinte el viaje Buenos-Aires Rosario se hacía en tres horas y 45 minutos, una marca que jamás fue superada. Por otra parte, dejando de lado los tiempos, tengamos también en cuenta que una formación de carga remplaza a veinte camiones de gran porte, con costos increíblemente bajos, además de reducir la contaminación y liberar las rutas de estos mastodontes.
Hoy, después del exterminio que se produjo con los Ferrocarriles Argentinos, extrañamos el buen servicio que alguna vez brindó este medio de transporte, además de la seguridad que ofrecía. Por eso es incomprensible que el sistema ferroviario haya sido reducido a su mínima expresión, creando pueblos fantasmas, aumentando el desempleo, y destruyendo un sistema que generaba vida en la gente. En estos últimos años las estaciones ferroviarias de aquellos ramales que dejaron de funcionar pasaron a ser utilizadas para distintos fines, menos para su función original. Los viajes a ciudades más próximas, como Mar del Plata, se han vuelto una odisea para los pasajeros. Seguimos a la espera de mejoras tangibles de todo el sistema ferroviario, ya que a pesar de los anuncios explosivos sobre su recuperación aún no se ha visto nada concreto.

PARADA KM. 14
Todo lo expuesto viene a cuento, ya que la Estación Pueyrredón festejó el pasado mes de julio sus primeros cien años de vida. Estos agasajos han tenido como objetivo fomentar la raigambre de los vecinos con el barrio a través del ferrocarril. La parada 14,650 del antiguo Ferrocarril Buenos Aires-Rosario (actual Ferrocarril Mitre), que en 1907 fue bautizada como Estación Brigadier Juan Martín de Pueyrredón, le dio origen al barrio homónimo. La primitiva estación había sido construida seis años antes a unos metros del actual edificio, con una arquitectura de menor porte.
Por años fue un barrio semirural, que vino a alojar a familias humildes, de inmigrantes europeos, que llegaban para trabajar en el gran proyecto ferroviario argentino que, sin duda, alguna vez funcionó en el país. El gran generador del crecimiento poblacional del barrio fue el ferrocarril, ya que era el medio de transporte más importante que llegaba a este rincón de la ciudad. La estación fue remodelada hace unos años tratando de mantener su apariencia original, ya que sin duda es una construcción de un gran valor arquitectónico. Fue catalogada como Patrimonio de la Nación, para lo cual recibió protección cautelar una superficie de 4.513 metros cuadrados que incluye al edificio principal de pasajeros, el refugio, la cabina de señales, el pasaje subterráneo y el depósito, además de aquellos mobiliarios que dieron identidad al ferrocarril.
El pintoresquismo, que fue el estilo predominante en gran parte de la arquitectura ferroviaria de nuestro país, aparece en la Estación Pueyrredón definido por sus techumbres a distintos niveles cubiertas de tejuelas, los reticulados en madera que visten sus frentes, las cresterías, las ventanas ojivales, las carpinterías con vidrio repartido y otros tantos detalles que hacen a este estilo. La revalorización de la obra incluyó la reconstrucción de baños a nuevo -se agregó uno para discapacitados- y también de la sala de espera. En estos trabajos de recuperación se ha valorizado cada una de sus partes en su forma original. Todos los agregados, como por ejemplo la señalética e iluminación, están acordes con la estética del edificio.
Uno de los puntos más importantes en la conservación de un edificio -siempre que sea posible- es mantener su uso original, lo que le permitirá cambios y renovaciones que no alteren o desvirtúen la arquitectura primaria: esto se ha logrado en la Estación Pueyrredón. Es importante que este tipo de trabajos sirvan como modelo para que se repitan en otros tantos edificios que tengan un significativo valor, ya sea por su arquitectura o su historia.
No nos quedan dudas de que el sistema ferroviario ha retrocedido a lo largo de estas últimas décadas. Esta idea de festejar el centenario de la estación de trenes de Villa Pueyrredón muestra el valor que tiene para los vecinos.
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Imagen: Tomado de la página elbarriopueyrredon.com.ar
Material tomado del periódico "El barrio”.